Mientras yo la miraba sabía que no era posible que ella tuviera el mismo sentimiento hacia mí, era imposible, pero aun así no podía parar de mirar esos preciosos ojos verdes como los del poema de Becquer, podría mirarlos durante horas, pero entonces ella se giró y me miró, su mirada tan solo expresaba simpatía, pero me atravesó. Tras un intercambio de miradas sonrió y se acercó a mí. Su suave voz y sus débiles palabras me embelesaban, tenía que prestar atención para captar sus palabras, no me ponía nervioso con su presencia, me había acostumbrado, pero debía pensar antes de hablar para que no me traicionara el subconsciente. No me parecía difícil ocultar mis sentimientos a los demás, pero eso no los hace desaparecer. Debía ocultarlos, aquello no era recíproco y no quería ser egoísta, valoraba nuestra amistad y pasé el resto del día intentando olvidarla.
Un día se acercó y me dijo que quería hablar conmigo, sobre un amigo íntimo, reconocí fácilmente su preocupación y la pude asociar con cierta persona, sabía que ella lo apreciaba más que a un amigo, me abrió su corazón y entonces una amarga sensación invadió mi cuerpo, llenándome de tristeza, desasosiego e incertidumbre, en ese momento cambió mi carácter y noté mi existencia como algo banal y sin sentido, ¿qué debía hacer yo y cuál era mi propósito? Me inundé de dudas, aquello era exasperante y no podía soportarlo, pero aun con ello debía responder a sus dudas y ayudarla en sus propósitos sin que se diera cuenta.
Yo siempre he pensado que las personas aman como las figuras de un ajedrez: las torres, con sus rápidos movimientos lineales, son personas que aman y desaman con mucha rapidez; los caballos, con sus estrambóticos movimientos, son personas que tienen relaciones extrañas saltándose todo el que esté por en medio; pero yo siempre me había considerado un peón, una persona que apenas ama, no siente necesidad de amor y avanza muy lentamente. Pero comprendí algo: amando como un peón jamás te comerás a la reina. A pesar de ello, siempre se puede llegar al final del tablero y ser otra figura. Debió pasarme, pues esta sensación no era habitual en mí, nunca antes había sentido algo así y me preocupaba.
Era ardua tarea disimular aquello y creo que no lo logré, pero dudo que descubriera la causa de mi actitud. Los sentimientos se acumulan y son como una bola de nieve, cada vez más grande y más grande, la sensación de tristeza y abatimiento aumentaba con el tiempo, justo cuando creía que había avanzado un paso, volvía hacia atrás.
La gente se dio cuenta, ya no era el mismo, me preguntaban que dónde escondía mi felicidad. No sabía que responder, no podía hablar con nadie, estaba roto y la situación cada vez se me venía más encima, todo empezaba a agobiarme y cada vez que la veía se me caía el mundo. Hubiese dado cualquier cosa por tener una vía de escape, pero ya era demasiado tarde. No sólo era nuestra amistad, estaba enamorada de otra persona. No podía hacer nada, pero necesitaba desahogarme, ardía por dentro, quería sacarlo y no sufrir solo.
El dolor me produjo una incertidumbre tremenda, no sabía que hacer, ya dudaba si la amaba o era fruto de mi locura, tenía que actuar para saberlo, prefería intentarlo y que saliera mal a no intentarlo siquiera, porque para lograr lo imposible hay que intentar lo improbable.
Pero la conozco y sabía que si le decía lo que sentía no volvería a ser como antes, pero es difícil aguantar así y fue entonces cuando decidí ir a hablar con ella. Me acerqué lentamente y empezamos a hablar como cualquier otro día; riéndonos hasta que nos dolía la tripa, haciendo nuestras típicas tonterías de hacernos preguntas tontas para ver que respondía el otro, un simple juego… que para mí no lo era tanto, me importaba realmente lo que podía responder, pero de pronto exploté, me vi con fuerzas, le dije que la amaba, sus sonrisas, sus enfados, la necesitaba, quería despertar cada mañana junto a ella, necesitaba decírselo. La tensión era palpable y ella dijo: gracias por esto.
Necesitaba escuchar algo así y al oírlo di media vuelta y me marché. Noté una mezcla de desahogo, tristeza y tranquilidad, comprendí en ese momento que para ser libre los sentimientos necesitan volar hasta anidar en otro corazón.
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